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Posts Tagged ‘crisis de la representación’

por Luis Sandoval (republicación de la clase 2008 sobre este tema)

El hecho de que estemos hablando hace tres décadas de ella, sugiere que la crisis de represetatividad/ representación ya es una situación endémica de las sociedades modernas. En éste, como en casi todos (o todos) los temas, el análisis requiere de un distanciamiento del sentido común, de un enfrentamiento de las categorías del mismo. En esta clase voy a tratar de centrarme en algunas cuestiones complementarias de los dos textos de trabajo: el capítulo de un libro mío (tal vez en proceso de publicación), escrito hace algunos años,La política del tardocapitalismo, y el librito de Inés Pousadela,Que se vayan todos: enigmas de la representación política.

Me parece que la primera cuestión a despejar es la condición «ficcional» de la representación. Como ficción la define Edmund Morgan en su excelente La invención del pueblo, donde hace una historia de la idea de la representación del pueblo, algo que si lo miramos bien debería causarnos extrañeza y no resultarnos obvio. Morgan empieza su libro con una cita de Dave Hume, donde el filósofo se maravillaba (¡y en 1758!), justamente, de «la facilidad con que las mayorías son gobernadas por las minorías». La idea de que un grupo de personas encarna la voluntad de todo un pueblo es una ficción, en la misma medida en que lo era -con anterioridad en la historia europea- la idea de que el rey recibía un mandato divino para ejercer el poder. Como ficción operativa, necesitó un proceso largo, complejo y difícil para asentarse: la revolución gloriosa inglesa del siglo XVII, las revoluciones norteamericana y francesa de un siglo después, las experiencias emancipatorias sudamericanas del XIX, son jalones en la historia de esta invención.

Pero en esta historia hay algunos datos más que jugosos. El primero es que el Parlamento, por supuesto, tiene una larga tradición, que viene de los consejos tribales, los cuerpos patricios como el Senado romano, etc., pero en todos estos cuerpos quien participa lo hace por sí mismo (o como cabeza de una familia), y no «representando a» un conjunto de otros ciudadanos. El primer antecedente claro de representación viene de la Inglaterra del siglo XIII, donde el rey convocaba a cuerpos de delegados del pueblo (por supuesto, con restricciones que hacían que el pueblo se limitara a ciudadanos libres y propietarios, pero ese es otro problema) que debían ser elegidos por cada condado o comuna conplena potestas, o sea con capacidad de tomar decisiones vinculantes hacia sus comunidades de origen. El motivo, básicamente, se relacionaba con la imposición de nuevos impuestos para financiar a la corona, su administración y sus emprendimientos bélicos. No era operativo para el rey, en estos casos, que el representante no tuviera poder para asumir obligaciones en nombre de la comunidad. O sea que el hecho de que el representante tenga autonomía viene dado, en su origen pero esto sobrevive, por una necesidad del rey/poder.

Es que la cuestión de la autonomía del representante es uno de los temas más ríspidos en todo este debate. Desde la ingenuidad uno puede creer que el reepresentante debe trasmitir de modo transparente la voluntad de sus representados, pero ello es imposible. Ernesto Laclau dice sobe este punto que la identidad del representado es incompleta, y por eso la relación de representación «es un suplemento necesario para la constitución de la identidad». Acá estamos de nuevo con el viejo tema antiesencialista, tan caro a las clases de esta materia: si el lenguaje no es una mera descripción de una realidad existente (versión nominalista) sino una construcción de esa realidad, lo mismo sucede en la relación representante/representado. El representado no es preexistente a la relación de representación, sino que se constituye en esa misma relación.

Pero bueno, hay razones más prácticas, y a ellas se refería J.S Mill cuando le decía a las personas que lo habían elegido que su trabajo era tomar mejores decisiones que las que podían tomar ellos por sí mismos. Mill debía ser bastante vanidoso, pero a lo que quería referirse era a que, si las decisiones involucraban a otros grupos, no podía manejarse con inflexibilidad porque ello iba a conducir a que no se pudiera tomar ninguna decisión. Es curioso, pero los políticos liberales tienden, en un extremo, a autonomizar del todo a la política, vaciándola de contenido y volviéndola aplicación técnica, y en el otro, a simplificar al extremo la cuestión y pretendiendo la transparencia absoluta de la representación. Pienso en un dirigente ruralista de nuestra ciudad, del que se habla acerca de una postulación política, y de su idea de firmar un «contrato» con los electores que rija su actuación (bien miradas, las segunda opción es posible a partir de la primera).

Toda esta cuestión se traduce en la discusión acerca de los mandatos imperativos: la idea de que los electores le digan claramente qué hacer al representante (el «contrato» de nuestro pre-candidato), y acá vienen una serie de malentendidos, no siempre ingenuos:

  • como dice Pousadela, esta cuestión es la que distingue a la democracia representativa de la democracia directa. Si hay mandatos imperativos, no hay democracia representativa (y también es posible que con ella se acabe la posibilidad de -en una sociedad compleja- tomar cualquier decisión democrática).
  • pero ello no implica la prohibición de escuchar a las representados e intentar ser lo más fiel posible a sus intereses y necesidades (en esta universidad escuché a un conciliario rechazar las decisiones de una asamblea invocando la negativa a los mandatos imperativos como si se tratara de un delito, cosa que por supuesto no es. El representante puede dejar librado su voto en una decisión específica a lo que opinen sus electores, sólo que si esto lo hace siempre, muy posiblemente estemos en problemas).

Mientras los representados se sientan incluidos en las decisiones que toman los representantes, la cosa funciona más o menos bien. Pero cuando esto deja de ser así, es cuando aparecen los cuestionamientos a la ficción de la representación, Ello pasó claramente en la Argentina de fines de la década de los noventa y comienzos de la actual, con epicentro en el reclamo del 2001: «Que se vayan todos, que no quede ninguno» es una síntesis magistral de este reclamo. Los hechos de 2001 fueron la irrupción del acontecimiento: Eduardo Rinesi ha reflexionado acerca del dato de que estos hechos fueran para las ciencias sociales y las ciencias políticas (mayormente) una sorpresa, y recientemente apareció un libro fundamental sobre este aspecto: Los lentes de Víctor Hugo (el porqué del nombre merece una nota aparte). Por esos años yo trataba de reflexionar sobre la cuestión en un artículo que surgía de la experiencia de esta misma materia.

La diferencia entre representación y representatividad me parece que es fructífera para entender porqué, aún cuando la crisis propiamente política se superó a partir de los gobiernos, primero de Duhalde, luego de Kirchner (en su versión masculina y femenina) y mediante una rearticulación del poder del gobierno central (pero estas cuestiones exeden esta clase), el tema de la crisis de representatividad sigue vigente. Si los problemas en la representación pueden obedecer a malos representantes (corruptos, inoperantes o ambas cosas) y por lo tanto pueden superarse con mejores representantes, el problema de la representatividad nos lleva a un costado totalmente distinto. Pousadela lo abarca cuando diferencia entre crisis y metamorfosis: de lo que se trata es de que las transformaciones sociales están socavando las bases de la representación tradicional, y nos está costando encontrar nuevas formas de reconstitución del sistema político. Esta crisis es también una crisis comunicacional, en la medida en que estamos en sociedades mediáticas. Los proyectos para suturarla deben partir de este dato. Remito a la bibliografía del tema para más información.

Consignas (que quieren ser disparadores):

  1. ¿Qué balance puede hacerse del 2001? ¿Qué cambió? ¿Qué no cambió?
  2. ¿Cuáles son las conexiones que pueden establecerse entre crisis del sistema de representación política y transformaciones de los sistemas comunicativos, tanto en la aparición/desarrollo/expansión de la crisis como en las posibilidades de superación/solución?

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